Canis lupus signatus le había hecho una deficiente limpieza de cutis a Facundo -ya que desde entonces decora lo alto de la librería de mi despacho, decidí bautizarlo, por aquello de la continua compañía- y tomé la determinación de adecentar un poco lo que quedaba del pobre sujeto, aunque para ello tuviera que cargar con él durante hora y media hasta mi coche, y los efluvios de los restos pegados a la osamenta me mantuvieran durante el periplo en una cuasi-náusea.
Luego se me fue un poco la mano con la lejía, y dos de los colmillos se han deteriorado algo, pero conserva su feroz presencia. Me han sugerido pintarlo de rosa chicle, pero creo que, de momento, se va a quedar como está. El morro, destrozado por los lobos, no tiene arreglo posible, porque de cirugía maxilofacial no estoy muy puesto.