domingo, 12 de abril de 2020

Leopardeces



  Leopardo de las nieves en cautividad. Foto extraída de la web del Snow Leopard Trust

 Todos aquellos que lleguen a este texto buscando información de primera mano de un naturalista sobre el leopardo indio o el leopardo de las nieves se llevarán una decepción, porque no está escrito por un biólogo ni por un conservacionista, sino por un mero viajero que pasaba por allí y se topó en algunas caminatas por el Himalaya con algún indicio o dato indirecto sobre ambos animales. Se aportan pequeñas anécdotas personales, pasajes de libros o noticias leídas que refieren a estos animales y alguna foto propia que no dirá nada nuevo al familiarizado con el tema. Tampoco es una entrada centrada básicamente en los felinos en cuestión, sino que estos han servido de excusa para una serie de divagaciones con un tenue hilo común, con el Himalaya siempre de fondo.

 Foto de portada del libro sobre el leopardo indio de Robin Biswas

   Nunca he visto a ninguno de los dos leopardos en libertad. Sí las huellas del leopardo de las nieves y algún bharal probablemente depredado por él. Pero como con el oso pardo en la cordillera Cantábrica, tampoco necesito verlo, porque simplemente el saber que está ahí me deja satisfecho, ya que el hecho de que el leopardo de las nieves exista en una zona etiqueta a esta como un área con un buen estado de conservación y con un ecosistema relativamente equilibrado, y poder encontrar lugares así ya es suficiente alegría.


 Cercado elevado sobre el suelo para proteger a los animales domésticos de los depredadores, especialmente del leopardo de las nieves. Foto propia


     Antes de que acabara el invierno de 1993-1994, un poco saturado tras dos meses en una polucionada e intensa ciudad india, me escapé un par de semanas al Himalaya, que solo estaba a día y medio de viaje. El objetivo era Darjeeling, que fue capital de verano de los británicos que residían en Calcuta y huían del calor, igual que Shimla era el duplicado veraniego de Delhi, o Matheran para Bombay, bautizadas como Hill Stations, de las que había muchas más, de menores dimensiones, en lugares altos. Con cinco grados dentro de la habitación del hotel, y tras dos días de visitar lo esencial del lugar, el cuerpo pedía movimiento y me desplacé a realizar un circuito a pie de cuatro o cinco días en las montañas cercanas, cuyo techo eran los 3.600 metros de altitud, pero con un arco panorámico seguramente de los mejores del Himalaya. No había ido a la India a hacer montaña por lo que, aunque tenía chaqueta de montaña, la mochila de 75 litros con la que viajé desde España y el indestructible pantalón rojo de Solo Climb con el que escalaba en roca y que me duró varios años, no había llevado botas. Solo tenía unas zapatillas deportivas, que ya me dijo el chico del primer alojamiento en que pasé noche que no era suficiente para la parte alta del recorrido, porque aún había bastante nieve. He dicho alojamiento, pero en realidad no era tal, sino una casa más de una aldea sin luz eléctrica ni acceso rodado, adonde solo llegaba un estrecho sendero que tampoco era fácil de encontrar sin preguntar a los lugareños. Me dejaron una habitación de tres metros cuadrados y cené con la familia al lado del fuego, mientras ellos se entretenían con sus tareas manuales, una imagen que se me ha quedado grabada en la mente para siempre, porque hasta entonces solo había visto algo similar en documentales, nunca en primera persona. Aprendí mis primeras palabras de nepalí, apuntadas en una libreta que aún conservo, porque aunque administrativamente aquello era India, había pertenecido a Nepal durante siglos. De hecho, Tenzing, el sherpa que se da por hecho que era nepalí y que realizó la primera ascensión mundial al Everest junto con el neozelandés Hillary, era de Darjeeling, donde tiene un museo dedicado.

El Makalu (8.463 metros) en el centro, y a su izquierda, la vertiente más blanca del Everest, la del Kangshung, que solo tiene dos ascensiones. Más a su izquierda se empieza a adivinar el Lhotse, con su única vertiente que no ha sido siquiera intentada. Foto de Avisek Chaudury desde el límite entre Darjeeling (India) y Nepal.

   Nunca me había preocupado de informarme sobre el leopardo de las nieves, y menos aún imaginaba que en el Himalaya hubiera ejemplares del leopardo indio, que para el que no esté al tanto viene a ser de aspecto y dimensiones como el africano. El chico de la casa donde hice noche me prestó unas botas de pocero para la nieve y cuando me despedí la mañana siguiente me advirtió de que había un leopardo por la zona y que tuviera cuidado. Del leopardo indio, más grande y agresivo que el de las nieves, sobreviven entre 12.000 y 14.000 ejemplares en el país, algunos de los cuales son especialmente letales, como uno cerca de Delhi que fue eliminado en 2018 después de haber matado a 21 personas en tres años. Siendo mi primera vez en el Himalaya, caminar yo solo con un leopardo rondando no me tuvo muy tranquilo ese día, que discurría por bosque, donde cada árbol parecía esconder al susodicho animal. Unos años después, justo en la caída opuesta de la montaña, ya en Nepal, un leopardo -quizá el mismo- mató a varias mujeres de las aldeas de la zona. También cuenta Levison Wood, un explorador inglés que hace unos años recorrió a pie el larguisímo trecho entre Afganistán y Bután, que un oficial del ejército indio en Cachemira le advirtió de que por el área por la que pensaba transitar en las jornadas siguientes vagabundeaba un peligroso leopardo que ya había dado cuenta de nueve mujeres en los últimos quince días. Más suerte que las pobres mujeres cachemires corrió Paul Brunton, el orientalista, que se topó de bruces con un leopardo -él le llamó pantera- durmiendo en un árbol, en el periodo que pasó de ermitaño en una solitaria cabaña en las montañas de Garhwal, y que describe en su profundo libro A Hermit in the Himalayas. El leopardo simplemente le rugió y se marchó; no tendría hambre.



Carteles indicando zonas de avistamiento de bharal (blue sheep), himalayan thar, musk deer (ciervo almizclero) e incluso leopardo de las nieves. Fotos propias
Pinchando sobre ellas se pueden ver con más detalle



   Saliendo por la tangente del tema leopardil, las panorámicas desde arriba de esta pequeña sierra que hacía de límite entre India, Nepal y el antiguo reino de Sikkim -también India ahora- no podían ser más grandiosas. Muy juntos entre sí, y cargados hasta abajo de nieve, con un cielo limpísimo gracias a una temperatura que nunca subió de siete grados bajo cero, el Everest, el Lhotse y el Makalu (1ª, 4ª y 5ª montañas más altas del mundo), aunque a unos cien kilómetros de distancia de allí, se veían muy próximos. El Kangchenjunga, tercera montaña más alta y muchísimo más cerca, acaparaba buena parte del horizonte debido a sus colosales dimensiones, ya que se podían ver los más de siete mil metros de desnivel desde los valles a sus pies hasta su cumbre. A su lado se distinguía también el Jannu o Kumbakharna, no tan fácil de reconocer desde mi mirador porque su vertiente más conocida era la opuesta, que había hecho famosa cuatro años antes el excepcional alpinista esloveno Tomo Cesen, con una prodigiosa escalada en solitario. Un año después del Jannu, Tomo Cesen se encaró con la inescalable cara sur del Lhotse, también en solitario y haciendo cumbre, aunque los rusos que ascendieron la pared meses después mostraron dudas al respecto. La ascensión de Cesen se volvió más inverosímil según pasaron los años, hasta que él mismo reconoció que solo había alcanzado una antecima, proeza que de todas formas me parece absolutamente extraordinaria. Pero esto también ha puesto en tela de juicio su apabullante ascensión de la cara norte del Jannu. Salvando las diferencias, se podría decir que le sucedió lo mismo que a algunos deportistas de élite, que caen en la tentación de recurrir al dopaje al final de sus carreras deportivas y ya queda en entredicho todo lo logrado anteriormente, aunque hubiera sido de forma limpia. Como en el mundo del alpinismo de alto nivel se juega con armas afiladas, el contumaz coreano Hong Sung-Taek, que ha intentado la cara sur del Lhotse en seis ocasiones -las dos últimas con el alpinista asturiano Jorge Egocheaga- muestra también sus reservas sobre la ascensión de los rusos que, por otro lado, rompió con la tendencia de la época en las rutas extremas del Himalaya, de estilo ligero y rápido -casi alpino-, porque emplearon técnicas de asedio de décadas atrás, con muchos miembros y medios y oxígeno embotellado en abundancia. Pero si la cara sur del Lhotse ha rechazado a los mejores alpinistas del mundo, la cara este -la que veía yo desde mi gélida atalaya- no ha sido siquiera intentada. Parece que ya está todo escalado hoy en día, pero aún queda lo imposible.

Los 3.500 metros de desnivel de la cara sur del Lhotse (8.501 m) cuya única ascensión completa no está clara. En trazo amarillo, la ruta que ha intentado en seis ocasiones el alpinista coreano Hong Sung-Taek, las dos últimas con el asturiano Jorge Egocheaga. Artículo sobre el quinto intento a la pared: http://altitudepakistan.blogspot.com/2017/03/interview-sung-taek-hong-returns-to.html

   Los primeros días del mes de enero del año siguiente pasé de nuevo por Darjeeling, ahora camino de Sikkim, un antiguo reino independiente que decidió voluntariamente formar parte de la India en 1975, y para el que es obligatorio solicitar un permiso de visita, que restringe los movimientos a la capital y unas pocas poblaciones y monasterios de alrededor. Mientras me lo concedían, deambulando por Darjeeling encontré un parque que me había pasado desapercibido la vez anterior y en el que había una jaula de unos quince metros de longitud, tres de anchura, y metro y medio de altura, y en cuyo interior había dos leopardos de las nieves. Podías tocar la jaula y contemplar a los felinos a centímetros de distancia, algo que nunca creo que pueda volver a vivir. Pasé una hora en el sitio, cerca del cual había también un buitre enjaulado. El lugar era sórdido, y muy triste ver a aquellos animales encerrados en tan exiguo lugar; de hecho, uno de los leopardos caminaba repetidamente de un extremo a otro de la jaula, completamente desquiciado, y no paró de hacerlo mientras estuve allí. Desconozco si sigue existiendo aquel mini-zoológico.

Cornamenta de macho de bharal sobre la puerta de entrada de una edificación, para proteger de las malas influencias. Foto propia

 Rebaño de bharal, una de las presas predilectas del leopardo de las nieves. Foto propia

   Entre los animales salvajes que caza el leopardo de las nieves -en ocasiones también ataca a los animales domésticos- los únicos que he podido ver en libertad son el bharal (blue sheep u oveja azul - carnero azul) y el ciervo almizclero (musk deer). Al bharal se le considera a medio camino entre cabra y oveja, de ahí el nombre. George B. Shaller, un célebre naturalista alemán, viajó en 1973 a una región escondida y de acceso restringido en Nepal, que suele aparecer nombrada como Dolpo aunque en Nepal lo pronuncian Dolpa, para estudiar las costumbres del bharal, y llegó a la conclusión de que está más emparentado con las cabras que con las ovejas. Su compañero de viaje en aquella experiencia, Peter Matthiessen, narró las andanzas comunes en uno de los más famosos libros de literatura de viajes, El Leopardo de las Nieves. Un libro muy descriptivo, con profusión de detalles tanto geográficos como etnográficos o de fauna y flora, sin embargo no fui capaz de conectar con él desde el principio y no lo concluí. Lo más interesante desde mi punto de vista fue su magnífica exposición de lo complejo que resulta una expedición en el Himalaya, cuando has de llevar la casa a cuestas durante semanas, y donde la climatología y la colaboración de la gente local son clave para que la empresa llegue a buen fin.

En los montones de piedras de collados y puntos de referencia en senderos de montaña de áreas de influencia tibetana, es típico encontrar cornamentas de macho de bharal (en el suelo en la foto) y de yak, como los que lleva en la cabeza mi amigo Javier.


 Otros ejemplos de lo dicho en el pie de foto anterior. Fotos propias

   En el verano de 1994 volví al Himalaya por tercera vez ese año, haciendo un largo recorrido que atravesó el valle de Cachemira, Ladakh y Himachal Pradesh. En ruta a pie hacia el Stok Kangri, un seis mil que ya era popular por entonces, aunque aún había días en que no encontrabas a nadie, me llamó la atención una tradición local ladakhi de situar cornamentas de bharal sobre los grandes montones de piedras en los collados o puntos importantes de la ruta. Consideran que este procedimiento previene contra el mal y da buena suerte. En las áreas de Nepal de tradición budista tibetana -en Ladakh también lo son- se puede ver la cornamenta colgada en ocasiones en las fachadas de las casas, sobre la puerta de entrada, también como símbolo de protección.

Cartel de un proyecto de conservación del leopardo de las nieves. Foto propia

Dos ejemplares de ciervo almizclero (musk deer), uno de los animales sobre los que depreda el leopardo de las nieves. Foto propia

   Parece ser que el leopardo de las nieves ha vuelto a ser visto en el Parque Nacional del Sagarmatha, siendo este el nombre nepalí para el Everest, después de varias décadas ausente por el deterioro en su hábitat. Una de las áreas mejor conservadas de Nepal, que cuenta con una figura de protección que restringe las visitas, es la Manaslu Conservation Area, donde se desarrolla una de las más espectaculares rutas de montaña de toda la cordillera, con paisajes -y paisanajes- muy variados y de una grandiosidad que las fotografías no son capaces de reflejar. Está prohibido matar animales en su interior y de hecho muchos animales salvajes se acercan sin miedo a las personas. Allí es posible ver con frecuencia rebaños de bharal, la principal presa del leopardo de las nieves en la zona. Tuve la suerte, tras 21 años sin pisar el Himalaya, de regresar haciéndolo al circuito del Manaslu. En una de las jornadas, sobre nieve reciente caída unas horas antes, pudimos caminar durante cinco horas en la misma dirección que unas huellas de leopardo de las nieves. Poco después de toparnos con ellas, las huellas del depredador se pusieron paralelas a las de un bharal, de las que se separaron minutos después. La textura de la nieve desprendida por la pisada demostraba que el leopardo acababa de estar allí hacía muy poco tiempo y seguramente nos estuviera observando, inmóvil, desde uno de sus enmascaramientos perfectos que lo hacen completamente invisible, como demuestran algunas fotos de estos últimos años que se han vuelto virales.


El yak también llega a ser presa del leopardo de las nieves. Fotos propias

 Restos de un macho de bharal. Foto de María del Roxo

   Si todos los grandes felinos son majestuosos, el leopardo de las nieves, con su larguísima cola y su denso pelaje, su vida misteriosa incluso para los expertos, un fantasma tan difícil de observar, quizá sea uno de los más fascinantes.


Huellas de leopardo de las nieves. Fotos propias